¿Cómo acomodar la sensación de la vida feliz y creativa con los actos bárbaros del terrorismo, como el reciente en Barcelona y en Cambrils? ¿Cómo ser optimista frente al desastre? ¿Es posible promover la visión positiva del mundo contemporáneo (al menos en Occidente) y, al mismo tiempo, confrontarse tranquilamente con las imágenes horríficas desde la Rambla? La primera parte de mi contestación es: no. No se puede ser optimista frente a las catástrofes que deliberadamente preparan y efectivamente realizan terroristas y bandidos. Hay momentos durante los que no se puede mantener el panorama positivo del mundo social.
Hay situaciones para las condolencias a las familias de los muertos, a la compasión con los heridos, a la solidaridad con los residentes afectados, y a la indignación contra los bandidos. Pero, y esa es la segunda parte de mi contestación, esos son los momentos que tienen y que deben tener una duración limitada. Eso sería un acto de nuestra capitulación frente del banditismo, si cambiáramos nuestra manera de pensar y vivir. Pues, ¿qué hacer? Por un lado, si trabajas en los lugares (como educación, medios sociales, la política cultural, etc.) en los que es posible promover algunas ideas, puedes hacer algo. Desde mi punto de vista, lo más importante es pensar y discutir sobre la diferencia entre la vida civilizada por un lado y, por otro lado, el fanatismo que llega al practicar la barbarie. Esta división parece fundamental en el contexto discutido. Mientras la protección y seguridad es el campo propio para la policía, la educación, en el amplio sentido de la palabra, es el campo propio para los humanistas para promover esas ideas. Al contrario que los servicios secretos, la educación no produce los resultados rápidos pues los humanistas y los filósofos no pueden esperar que sus reflexiones sean recibidas de manera especial por la gente que tiene malas intenciones.
Sean los resultados educativos rápidos o no, la gente tiene dudas acerca del sentido genereal de la educación en el contexto del terrorismo, el fanatismo y la barbarie. Algunas de esas dudas son justificadas. La educación, tanto en la forma tradicional como en la forma ciberespacial, no es una herramienta que produzca resultados inmediatos. Tampoco influye a todos los que participan en el proceso de formación. Por otro lado, hay varios tipos de enseñanza y tienen distintos objetivos. No se puede olvidar, que ‘Taliban’, la palabra que en los países occidentales es asociada con la extrema barbarie, originalmente significaba ‘los estudiantes (del Corán)’, que, de todas maneras, indica el factor educativo. También, se necesita recordar que los responsables del mantenimiento de los sistemas más totalitarios (el nazismo, el comunismo) fueron personas, muy frecuentemente, con educación alta (Pol Pot, que fue responsable por el genocidio no menos bárbaro que el holocausto ejercido por los nazis, estudió en París – aunque, fue el estudiante muy débil y suspendió sus exámenes tres años sucesivos). ¿Cuál es la conclusión de estas reflexiones? La primera es que la educación no es un factor bastante fuerte como para materializar las ideas socialmente buenas; hay otros factores necesarios, alrededor de la educación, con los que la educación tiene que estar bien sincronizada, por ejemplo el sistema legal, el sistema político, la opinión pública y muchos otros. Por ejemplo, si el sistema legal tolera la opresión de unos grupos, el mensaje educativo sobre la barbarie de la opresión será improductivo. La segunda conclusión es que la educación debe ofrecer la oferta educativa más amplia, profunda y atractiva. En este momento me estoy refiriendo a estos cientos de residentes de los países occidentales que los han dejado para luchar en Siria como los yihadistas, o simplemente han quedado como terroristas en sus propios países (lo que occurió en Londres, Bruselas y París por ejemplo).
Por mi parte, simpatizo con la idea que dice que la educación es un proceso constante y cada vez más profundo. Es decir, no es el procedimiento limitado solamente a la educación formal que termine en el punto definitivo de la vida; tampoco institucionalizado por las escuelas y cursos, ni reducido a obtener los resultados estereotipados. Me doy cuenta de que la relación entre lo que digo (o escribo ahora) y La Rambla puede ser astronómicamente lejana; sin embargo, si hay un lector de este texto, el con tendencias fanáticas y con las intenciones malas, que estuviere influido por textos como el presente, esa relación ocurra importantísima y directa
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