Lo que puede ser interesante en la escritura de Gombrowicz hoy en día, en la época del populismo, es su reflexión sobre el choque entre la cultura de la metrópoli y la de la provincia. Originalmente lo observó e interpretó en su cultura materna polaca y después en Argentina. Es estupendo que países tan lejanos y culturas tan distintas puedan ser comparados desde el punto de vista de las pretensiones (y frustraciones) provinciales hacia las culturas de la metrópoli. En su opinión (en Viajes en Argentina), intelectualmente, Argentina es una provincia enorme, “es casi una colonia francesa”. En otro lugar (en su Diario), escribió que la cultura argentina es secundaria e impotente debido a su deseo constante de estar al “nivel europeo” y “hacerse famosa en París”. Los artistas argentinos – dice – no quieren expresar, en sus obras artísticas, sus dolores nativos y sus propias pasiones, sino demostrar que son “como los europeos” y que en Buenos Aires, hacen las mismas cosas que se hacen “en las metrópolis del mundo”. Esa es la razón real por la que esa cultura depende tanto de las culturas con las que los argentinos se comparan.
Gombrowicz no quiere decir, de ninguna manera, que Argentina sea un país culturalmente vacío, intelectualmente árido, y artísticamente seco. Al revés; se fascina por la generación de escritores jóvenes de América Latina en general y de Argentina en particular. Al mismo tiempo, sugiere que para estos artistas el desafío más fundamental y el objetivo más creativo es la carrera internacional y el reconocimiento mundial. Eso no es porque ellos sean egoístas y deseen principalmente sus éxitos; no, sus mentalidades simplemente han incorporado la suposición de que un escritor puede hacerse “el escritor eminente” gracias a “París”, o sea, gracias a su fama generada en una de las metrópolis culturales fuera de su provincia nativa. A este tipo de mentalidad Gombrowicz la llama “mentalidad provinciana” y a este tipo de cultura dependiente de otras culturas, él la llama “cultura provinciana” o “cultura secundaria”. Eso no significa la baja cualidad de esta cultura y de las obras culturales que se producen allí, sino su incredulidad respeto a sus posibilidades artísticas y su desconfianza de sus normas de excelencia estética.
Utilizando un lenguaje más filosófico, podemos decir que uno de los rasgos más característicos de la cultura provinciana es su dependencia axiológica y normativa de la cultura de la metrópoli. Si vamos a respetar nuestros valores y normas provincianos, ellos necesitan estar aceptados por la metrópoli (o tienen su origen o matriz allí). Solamente después de esa aceptación, podemos cultivarlos aquí con orgullo; sin esa aceptación, un provinciano no piensa que la excelencia, la originalidad y lo único de su cultura tenga una vindicación justificada profundamente. Así, cultura provinciana no tiene autonomía y los provincianos dependen de las opiniones del mundo exterior. Eso ocurre, por ejemplo, con la moda, cuando uno de los vestidos de nuestra cultura “han sido destacados en París” que significa, casi automáticamente, que son eminentes y que deben ser llevados sin vergüenza o sin un sentido de inferioridad. Lo mismo ocurre con la literatura y, sugiere Gombrowicz, el centro de la emancipación de los escritores argentinos más ambiciosos sería mucho más París que su propio Buenos Aires.
Gombrowicz reflexionaba sobre este tipo de posturas intelectuales y artísticas y siempre dio su atención al creador, su obra y sus potenciales internos mucho más que a las opiniones sobre este creador. Pues, cuando le era posible, ayudaba artísticamente a sus amigos literarios de Argentina con sus palabras escritas en las cartas de los libros de estos artistas jóvenes. Por ejemplo, cuando Ernesto Sábado publicó su libro Sobre héroes y tumbas (1961), Gombrowicz escribió una introducción a este libro; entre otras cosas, dice que el autor del libro presenta la universalidad que incluye una fiel imagen de su país. Lo mismo pasó con un amigo suyo, Jorge di Paola Levin, a cuyo poema dramático, Hernán (1963), Gombrowicz escribió una introducción donde dice que está seguro de que esta obra va a tener éxito, que va a tener muchos lectores, y que va a ser presentada en un teatro. Sin embargo, dice que eso será muy peligroso para el mismo autor porque el arte cuando se hace popular puede perder muy fácilmente su misión, su independencia, y su carácter íntimo. Un artista, un humanista y, también, un filósofo necesitan escuchar la pulsación de la vida social pero no pueden, de ninguna manera, acomodarse a las expectativas de los lectores, sin considerar si los lectores son de provincia o de metrópoli y, tampoco, si los lectores son numerosos o no.
Leave a Reply